La columna de los canillitas, por Carlos Vila (01/11/2020) Las señales deben ser claras

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Terminó una semana agridulce, es cierto. Empezó impecable, con una brutal paliza a la derecha chilena: una abrumadora la mayoría decidió terminar con la constitución que todavía lleva la marca de la última dictadura militar. Un sueño que se hizo realidad, y que empezó con una estudiantina reclamando la apertura de los molinetes del subte. Señales para prestar atención.
Después vino la carta de Cristina. Inteligente, reflexiva, sincera hasta la crudeza, y con un claro mensaje: debemos permanecer unidos y en alerta. Cada acto de Cristina no hace otra cosa que ratificar que ella juega otro juego. Ella inventa el juego. Después de 70 años parece una reedición de las “clases de Conducción Política” que dictaba el propio Perón.
Desde lo económico la semana también fue buena. Guzmán logró bajar el dólar, y parece haber control sobre el mercado financiero. En diputados se logró votar el Presupuesto. El presidente anunció la ampliación de la AUH, la Ayuda Universal por Hijo, que ahora incorpora a un millón de nuevos niños.
En el escenario de la pandemia también hubo buenas noticias, o por lo menos parecería haber un parate de las malas. No sólo por el amesetamiento de casos y por las novedades prometedoras que hacen visualizar cada vez más cerca el acceso a las vacunas, sino también por lo que pasa en el espejo en el que nos comparamos. Tranqueras para adentro, el hecho de que el Gobierno de Larreta también tuviera que salir a admitir más muertos que no fueron comunicados en tiempo real por problemas en las cargas de los datos, ayuda a entender las complejidades del sistema, y le da la derecha a Kicillof que fue el primero en admitirlo. Y tranqueras para afuera, basta mirar lo que pasa en Europa con la virulencia de los nuevos contagios y las drásticas medidas de gobierno que incluyen hasta toques de queda en el país de la libertad, la igualdad y la fraternidad.

Sin embargo, en el campo nacional y popular, la semana dejó un sabor amargo: se perdió el optimismo. Lo perdió el gobierno y lo perdió la militancia.
Tengo la sensación de que Alberto Fernández pelea contra su propio fantasma y eso lo paraliza. Su fantasma no es otro que Néstor Kirchner. La figura de Néstor nos pone a todos la vara muy alta: “qué haría Néstor frente a esto o aquello otro…”
El martes Alberto hizo caminando las pocas cuadras desde la Casa de Gobierno hasta el Centro Cultural Kirchner. Néstor sin dudas hubiese hecho eso. Y se emocionó casi hasta las lágrimas en el homenaje.

Pese a una gran cantidad de logros como la reestructuración de la deuda, el manejo de la pandemia, la recuperación de la producción, o la asistencia económica a empresas, trabajadores y organizaciones sociales, hay al menos tres temas que se perciben como derrotas, y que son muy caros, al interior de la coalición gobernante: los errores no forzados en el manejo del caso Vicentín, el no avance del impuesto a las grandes fortunas, y la falta de respuestas para los que no tienen nada y fueron protagonistas de la toma de Guernica.
En todos estos temas al gobierno todavía le queda una bala de plata. Pero la bala de plata no sirve para nada mientras siga en la cartuchera.
Los resultados aparentemente exitosos del manejo del mercado del dólar, la no intervención estatal en Vicentín, el desalojo de las tierras tanto de Guernica como en el caso privado de Etchevehere, son todas excelentes noticias para la derecha. Para la derecha que no nos votó, no nos votará nunca, ni queremos que nos vote.
El 10 de diciembre, cuando este gobierno asumió, Cristina le dio un mensaje claro a Alberto: «Presidente confíe en su pueblo, que nunca traiciona». Y le recomendó que se preocupe «por llegar a los corazones de los argentinos» y no tanto «por las tapas de los diarios». Me parece que el gobierno debe entender que los procesos políticos a veces son más largos de lo que se piensa. Y debe darnos, a quienes los votamos, la tranquilidad de que esos caminos son los que harán salir a este país de la exclusión, de la pobreza, de la marginalidad en la que está una parte del pueblo; y quitar de una vez y para siempre los privilegios a una clase dominante donde se asienta el poder real.
En la Argentina, el 2021 está a la vuelta de la esquina. Si esas señales son inequívocas no hay nada que temer, porque los trabajadores vamos a hacer nuestro trabajo, que es el de apoyar a un gobierno nacional y popular.